La Iglesia recomienda vivamente la práctica de la confesión frecuente no sólo de los pecados mortales, que deben confesarse cuanto antes, sino también de los pecados veniales, es decir, leves.
De esta manera nos reconciliamos con Dios, se aumenta el conocimiento de sí mismo; se crece en humildad; se desarraigan las malas costumbres; se hace frente a la tibieza y pereza espiritual; se purifica y forma la conciencia; enriquece nuestra vida interior y aumenta la gracia santificante. Para crecer en el amor de Dios es muy conveniente confesarse a menudo y bien.
Es recordar todos los pecados cometidos desde la última confesión bien hecha.
Es un rechazo claro y decidido al pecado cometido, pensando en el gran amor que Dios nos tiene.
Es la firme resolución de no volver a pecar, estando dispuestos a poner en práctica todos los medios necesarios para evitar el pecado y las ocasiones que nos llevan a pecar.
Debemos confesar todos los pecados mortales y conviene decir también los veniales. Se han de confesar con humildad y sencillez, manifestando los ciertos como ciertos y los dudosos como dudosos. Jamás se debe dejar de confesar por vergüenza ningún pecado, pues es al mismo Jesús, en la persona de su ministro, que los declaramos. El confesor te atenderá con misericordia y bondad.
Es rezar las oraciones y hacer las buenas obras que nos mande el confesor.
Atendemos confesiones media hora antes de cada Misa.
El jueves, dedicado a la adoración del Santísimo Sacramento, se atienden confesiones todo el día: de 9:00 a.m. a 6:00 p.m.